Sebastian Aldana Melgar
/ Carnet: 1155816 /
Estilística
El partido que yo juego
Todo empezó el 16 de junio de
1997. El cronómetro estaba en cero. En el campo de la vida, estaban los 22
jugadores listos para disputar la final. El equipo local conformado por las
características y fortalezas, el visitante por las debilidades y malos hábitos.
El entrenador del equipo local, Sebastian Aldana Melgar, estudiante de Ciencias
de la Comunicación, quien ya llevaba 19 años en el equipo, había motivado a sus
jugadores para que disputaran cada pelota a muerte, que no se dieran por
vencidos.
El equipo local sale con su once
de gala: En la portería la perseverancia; los cuatro defensas habituales, la
responsabilidad, el respeto, la simpatía y la alegría. En el medio campo, dos
contenciones clavados en el centro del campo, las metas y los sueños; la confianza
como mediocampista creativo y generador de juego, además como extremos por
ambas bandas, la motivación y la gratitud. Como eje de ataque y el mejor
goleador del torneo, apodado “Dios/amigos/familia”. El entrenador le tenía
mucha confianza a este jugador, se identificaba con él cuando era joven. Un
rompe redes, el jugador más importante de cualquier equipo, el capitán. El
árbitro inicia el partido y el equipo local toca el balón hacia atrás, y
empiezan a armar la jugada, varios pases consecutivos, toques de primera y
transiciones tácticas rápidas.
Un regate espectacular de “la
motivación” para dejar en el camino al rival a “la pereza”, para mandar un
centro al punto penal para “Dios/amigos/familia”, con un salto y un forcejeo en
el aire, le gana la posición a “la tristeza” y manda un cabezazo, el cual ante
la imposible atajada del arquero “el fracaso”, choca contra el poste izquierdo
y cae directo a la red. Estalla el estadio de Wembley, toda la afición local se
vuelve loca y celebran el tremendo gol, uno más a la cuenta de “Dios/amigos/familia”, quien reafirma su posición de máximo goleador del torneo.
Se reinicia el partido, muy
trabado en el medio campo, cuando “la envidia” le hace una fuerte falta a “los
sueños”; el árbitro se acerca y le saca la tarjeta amarilla mientras “los
sueños” siguen tirados en el suelo, requiere la asistencia médica. Se resiente
de la rodilla, todos temen lo peor, una de esas lesiones de ligamentos tan
temidas por el largo periodo de recuperación. Los médicos informan que no puede
continuar y ya calientan en la banca todos los jugadores. Sebastian no se
decide si hacer un movimiento posición por posición o hacer un cambio a su
planteamiento táctico de 4-2-3-1 que la había dado resultados hasta el momento.
El árbitro finaliza la primera mitad del partido y Aldana tendrá el descanso
para replantear a su equipo.
Finalmente, Aldana decidió que
entrara el canterano del equipo, uno que siempre ha estado allí en caso de
cualquier situación, “el discernimiento”. Entrará a jugar en la misma posición,
como un mediocampista de contención, recuperador y destructor del juego rival.
El equipo rival realiza un cambio, sale “la envidia”, previamente amonestado, y
entra el su mejor jugador que no venía en la mejor forma y por eso no entró de
titular, “el odio”. Inicia la segunda mitad de la final, el equipo rival se
hace con el balón, quienes se aprovechan del pasto mojado y rápido para hacer
recorrer el balón por todo el campo, mediante paredes y cambios de juego.
Una pared entre el odio y la
pereza rompen la línea defensiva del equipo local, la responsabilidad y la
alegría se quedan en el camino, y la pereza define con un toque sutil con su
borde interno para dejar el balón pegado al poste dejan al arquero
perseverancia sin nada que hacer. La poca afición visitante celebra a lo grande
el empate. Aldana se toma la cabeza ante la situación en la que está su equipo,
rápidamente manda a llamar a dos jugadores para darle la vuelta al partido, a
falta de 2 minutos para que finalice el encuentro. Salen el defensa la simpatía
y la gratitud para dar lugar a la valentía y al corazón. El sistema de Aldana
cambia a 4-2-4 completamente ofensivo para buscar el gol de la victoria.
“Minuto 90+2, toma el balón la
valentía, se quita a un jugador con un movimiento de cintura, supera al segundo
en velocidad, toma valor y con una magnífica bicicleta, ¡Se lleva al tercero!
Llega a línea de fondo, manda un centro atrás, ¡Remate del corazón! ¡Bloqueado
por la traición! El balón queda en el aire, ¡Y va hacia “Dios/amigos/familia”!
¡Remata con una tijera espectacular y GOLAZO! ¡2-1! Ganan la final en el torneo
del éxito”
Esa fue la narración del futuro
periodista y comentarista deportivo, Sebastian Aldana, también figura en su
palmarés, ex jugador campeón centroamericano, seleccionado nacional, poeta,
escritor y aprendiz del idioma alemán. No es un joven cualquiera, es un joven
que estudia y trabaja cada día para luchar por sus sueños. Él no es un amigo
como esos que te abandonan en tu peor momento, él le da mucho valor a sus
amistades porque tiene muy claro que así es como uno crece como persona. Sebas
no es un hombre como todos los demás, porque él sabe que como hombre se nace, pero
un caballero se hace.
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